martes, 3 de enero de 2012

Otro Triste Centenario

El Año Nuevo de la libertad
Héctor de Mauleón
EL UNIVERSAL
Hace un siglo, el 1 de enero de 1912, el país celebró su primer Año Nuevo sin Porfirio Díaz, luego de tres décadas de férrea dictadura. Apenas seis meses atrás, Francisco I. Madero había realizado su entrada apoteósica a la ciudad de México. Hacía menos de dos meses que el caudillo portaba la banda presidencial. Quise darme una zambullida en la prensa de la época para averiguar cómo se celebró en México la llegada de ese año, el primero en libertad. La experiencia fue atroz.
En los diarios principales sólo había una buena noticia: finalmente había sido concluido el excelente Palacio de Comunicaciones, que el italiano Silvio Contri comenzó a construir en 1904.
La ciudad de México inauguraba la última joya arquitectónica que iba a construirse en ella durante mucho tiempo. De ahí en más, todo era grilla, gritos, vociferación.
Madero llegaba a gobernar con el pie izquierdo. Para imponer a José María Pino Suárez en la vicepresidencia de la República, había faltado a los acuerdos de la convención antirreleccionista de 1910, y había roto relaciones con su antiguo compañero de fórmula, Emilio Vázquez Gómez.
A continuación, había tenido la mala idea de licenciar a las fuerzas maderistas: los triunfadores de la Revolución se iban a sus casas, después de entregar las armas, y los vencidos (el ejército federal) quedaban nuevamente “dueños de la situación”.
Vázquez Gómez celebró la llegada de 1912 enviando una carta a los diarios: “La paz no volverá al país y mucho menos la tranquilidad, mientras el señor Madero y los suyos gobiernen como están gobernando, por completo separados de los nobles ideales de 1910”.
La prensa criticaba el licenciamiento de los maderistas: acusaba a Madero de borrarlos “de las listas de todo merecimiento, despachándolos a la calle como se hace con una recamarera inservible: les da 15 pesos, un pasaje de tercera para regresar a sus pueblos… y hasta olvida darles las gracias”.
Los hombres de la Revolución habían sido apartados deliberadamente de la administración pública. Según El Diario del Hogar, a la ceremonia de Año Nuevo realizada en Palacio Nacional habían asistido “los mismos Científicos protegidos por Limantour, que antiguamente iban a posternarse ante el dictador y ahora hacen las mismas genuflexiones al señor Madero”.
Furioso ante los ataques que su hermano recibía, Gustavo Madero había alentado otra mala idea: organizar, el último día del año, una manifestación “contra los excesos de cierta prensa”.
Un deslucido grupo de manifestantes, que recibió tostones, pitos y banderas, se reunió en avenida Juárez y avanzó hacia el Zócalo lanzando mueras “a los enemigos del pueblo”: El Imparcial, Gil Blas y El Mañana.
La mayor parte de los diarios cerraron filas contra “los aduladores y chambelanes políticos” que integraron la marcha y enarbolaron cartelones “que llevaban escrita la palabra subvención con esta singular y democrática ortografía: suvbención”.
No tardaron en acusar a Madero de querer amordazar a la prensa y denunciaron que el hermano de éste, al que apodaban Ojo Parado, pues tenía uno de vidrio, obedecía oscuros intereses de la banca, el comercio y la industria extranjera.
En Morelos, el 29 batallón de Aureliano Blanquet desataba una cacería brutal contra los zapatistas que se negaban a ser licenciados hasta que se cumplieran las demandas por las que habían ido a la revolución: el reparto y la devolución de tierras usurpadas por los latifundistas de la Tierra Caliente.
El 1 de enero, a las diez de la mañana, Madero penetró en el salón de embajadores de Palacio Nacional para recibir las felicitaciones del cuerpo diplomático. El encargado del discurso fue Henry Lane Wilson, el hombre que un año más tarde iba a decretar en la embajada norteamericana los asesinatos del presidente y el vicepresidente, y la llegada de Victoriano Huerta al poder.
Francisco I. Madero no completaba dos meses en el cargo. Queda claro en la prensa que el mundo se le venía encima. La euforia de medio año antes se había esfumado. Su mujer repartía regalos entre los papeleritos de la ciudad, y los diarios consignaban la nota con desprecio.
Un cronista se quejaba porque la invención de las tarjetas de felicitación había desterrado la costumbre de mandar regalos de Año Nuevo: “Todo se ha vuelto papel, hasta la moneda. Adiós a las cuelgas, las tarascas, los bolos, los aguinaldos”.
Parecía que también la Revolución se había vuelto papel. A Madero lo combatían, lo masacraban en la prensa.
En 1913 vendría el último Año Nuevo de libertad. La mayor parte de los diarios callaría cuando, camino al poder, Huerta pasara chapoteando en la sangre de Madero.
Twitter: @hdemauleon
demauleon@hotmail.com

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