El muro de Trump no detendrá a los narcotraficantes ni a los migrantes, dicen los rancheros
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NACO, Arizona — John Ladd tiene dos camionetas viejas que usa para recorrer su rancho, que se extiende unos 16 kilómetros a lo largo de la frontera con México. Una de ellas es una Chevy roja donde hace poco llevó el cuerpo de un migrante que cruzaba la frontera y había muerto en su propiedad. La otra camioneta, una Dodge azul con mejores amortiguadores, es la que ahora va manejando al lado de un camino de tierra en un pueblo llamado Naco.
http://www.nytimes.com/es/2016/07/28/el-muro-de-trump-no-detendra-a-los-narcotraficantes-ni-a-los-migrantes-dicen-los-rancheros/
A su derecha el ganado deambula entre los árboles y el pasto del rancho familiar de seis mil hectáreas. A su izquierda, un conjunto combinado de fragmentos de vallas enganchadas: esta de tres metros de alto, esta otra de cinco, aquella es una malla de metal, la de acá una reja vertical, y así sección tras sección.
Ladd, de 61 años, luce y actúa como se espera que lo haga un ranchero: tiene bigote ancho, es notablemente bizco y actúa sin rodeos, todo debajo de un sombrero vaquero teñido por el sudor. Ladd señala hacia el oeste para mostrar los lugares en los que el alambrado ha sido cortado en el pasado. En los últimos cuatro años, más de 50 vehículos han cruzado por los cortes en el alambrado a través de su propiedad, dice.
¿Cuál es el protocolo cuando se encuentra a narcotraficantes armados que cruzan su propiedad? “Te estacionas y dices: ‘Adiós’”, respondió Ladd. “No te pones en su camino porque te matan”.
Esto es parte del día a día a lo largo de la frontera sur, donde los límites nacionales son borrosos a causa de la oferta y la demanda de algo que Estados Unidos sigue deseando: drogas y mano de obra barata.
Pero ¿será que la Gran Muralla de Trump, la propuesta del candidato republicano a la presidencia, es la solución a los problemas de rancheros como Ladd? Si esparcir polvo mágico sobre la tierra seca pudiera hacer desaparecer todos los obstáculos, empezando por los miles de millones de dólares que costaría, ¿podría cumplir su propósito esta muralla de concreto construida con la estética Trump (“hermosa”, con “una hermosa puerta enorme”) y con medidas que cambian todo el tiempo (¡7 metros de alto! ¡¡10 metros de alto!! ¡¡¡16 metros de alto!!!)?
La respuesta que se escucha una y otra vez por parte de Ladd y otros rancheros de la frontera es un fatigoso no. “¿El muro?”, se pregunta Larry Dietrich, un ranchero local. “Bueno, es absurdo”.
¿Y si esta hermosa muralla —y “muralla” es el término usado en la plataforma del Partido Republicano— tuviera unos cimientos los suficientemente profundos como para desalentar la excavación de túneles? ¿Y si los hermosos páneles de concreto estuvieran diseñados para impedir que los treparan o los atravesaran? ¿Y si se extendieran por cientos de kilómetros y su belleza se viera interrumpida solo por terreno accidentado, virtualmente infranqueable?
“No va a funcionar”, asegura Ladd.
Ed Ashurst, un hombre de 65 años que administra un terreno a unos 30 kilómetros de la frontera, es más categórico, pero necesita aclarar algo antes. “Seré directo contigo”, dijo con el ceño fruncido. “Si Hillary Clinton es elegida, me mudo a Australia”.
El tiempo dirá si el ranchero de Arizona se verá forzado a mudarse a tierras australianas, pero su evaluación del plan de Trump es igual de contundente: “Decir que vas a construir un muro de Brownsville a San Diego es lo más estúpido que he escuchado, y no va a cambiar nada”, dijo.
La solución que prefieren los rancheros está determinada por el fatalismo y la creencia de que nada cambiará: los gobiernos son gobiernos y los carteles siempre van un paso adelante, entonces para qué molestarse.
Pero aquí vamos: se necesitan patrullajes intensivos a lo largo de toda la frontera para que funcione cualquier alambrado o muro; de otro modo, quienes están decididos a cruzar siempre encontrarán la manera de hacerlo. No obstante, dicen los rancheros, si tienes tropas no necesitarás nada tan hermoso como la Gran Muralla de Trump.
Desde lejos, es fácil ignorar a los rancheros de la frontera por ser alarmistas de derecha, cuyas quejas revelan pequeños indicios de racismo. Muy fácil, de hecho.
Los rancheros dirán que vieron personas con mochilas caminando por su propiedad la semana pasada, anoche, esta mañana. Algunos afirmarán que se vieron obligados a sostener acuerdos de entrada con carteles de drogas, siempre y cuando los intrusos se mantengan alejados de sus casas. Los perros ladran, las luces con detectores de movimiento titilan, las cosas desaparecen.
El desconcierto es parte de la vida diaria, dice Ashurst, y después nos pregunta a mi colega y a mí en dónde vivimos. Nueva York, respondemos.
Muy bonito, afirma Ashurst, aún con el entrecejo fruncido. “Pero ¿te gustaría?”, pregunta refiriéndose al ir y venir de extraños, algunos armados, que pasan por su puerta. “¿Crees que eres más importante que un pobre hombre que tuvo la mala suerte de vivir en la frontera?”.
Lo cierto es que el número total de migrantes ha ido en picada los últimos 15 años, aproximadamente. Aquí, en lo que la Patrulla Fronteriza clasifica como el sector de Tucson, cerca de 23.000 kilómetros cuadrados con 420 kilómetros de frontera, hubo 63.397 arrestos en 2015, en contraste con una cifra 10 veces mayor en 2001.
Paul Beeson, el jefe de la patrulla en el sector de Tucson, atribuye esta disminución a un aumento en el número de oficiales y de equipo táctico, una mejoría en la economía mexicana y a la valla que se levantó a lo largo de la frontera hace una década.
Sin embargo, Ladd y otros rancheros aseguran que ha habido un cambio inquietante: menos migrantes pero más narcotraficantes.
Beeson es consciente de este cambio y del desafío de enfrentar a un adversario con servicios de inteligencia similares y capacidad de vigilancia. “Ellos no necesitan trasladar su mercancía hoy”, dijo, refiriéndose a los carteles. “La pueden trasladar mañana. Se pueden sentar a observar y lo hacen. Nos vigilan. Nos observan observándolos”.
Sin embargo, asegura que la Patrulla Fronteriza sigue fortaleciendo su “infraestructura táctica” con cámaras de alta resolución, por ejemplo, y el uso de drones. “Es inaceptable para nosotros que compañeros a lo largo de la frontera deban experimentar este tipo de actividad”, dijo Beeson. “Estamos haciendo todo lo que podemos”.
Aún así, resulta revelador que Ladd nunca acostumbraba a llevar una pistola o un teléfono celular. Esto cambió hace seis años cuando su amigo Robert Krentz Jr., conocido por ayudar a las personas sin importar su nacionalidad, fue asesinado a balazos en el rancho de su familia después de haber dicho por radio a su hermano que se había encontrado con otro migrante en apuros. Esta muerte sin resolver causó protestas a nivel nacional y motivó una legislación estatal que busca acabar con la inmigración ilegal. También provocó que la esposa de Ladd le pidiera que llevara un celular y una Glock.
Pero, en serio, ¿de qué va a ayudar una Glock?
A unos 1600 kilómetros al noreste de Naco, en un lugar de Nuevo México llamado Animas, se reunieron hace poco algunos habitantes para tomar té helado y hablar sobre la situación. Los Elbrock —Tricia y Ed— marcaron el tono de la conversación al narrar cómo unos narcotraficantes habían secuestrado a uno de sus ayudantes en el rancho hacía algunos meses.
Según los Elbrock, los narcotraficantes amenazaron con matar a su familia, cargaron su camioneta con paquetes de marihuana y se llevaron al hombre junto con la droga por unos 120 kilómetros, al pueblo de Willcox, Arizona. Después lo amarraron y lo abandonaron, y lo mismo hicieron con la camioneta el día siguiente.
Un portavoz del FBI en Alburquerque declaró que el secuestro seguía bajo investigación. En cuanto al ayudante, la señora Elbrock comentó que “está en tratamiento”.
El miedo, la frustración y la sensación de haber sido abandonado pueden ser agotadores. “Nada parece funcionar, porque seguimos comprando lo que traen para vender”, dijo Crystal Foreman Brown, de 62 años, artista y anfitriona de la charla con té helado. “Pero el tema del muro de Trump al menos saca a flote que hay un problema; es inconcebible que las autoridades en Washington actúen como si fuéramos unos tontos histéricos”.
De vuelta en Naco, Ladd continúa su viaje polvoriento entre México y su rancho, a lo largo de un camino de 18 metros llamado Roosevelt Easement. Su familia ha vivido en Naco durante más de un siglo: desde antes de que fuera Naco, de hecho. Algunos dicen que el nombre viene de una combinación de las últimas dos letras de Arizona y de México, aunque Ladd no está seguro.
Naco es un lugar somnoliento que no parece beneficiarse mucho de su condición como la puerta de entrada autorizada a México. Además de la calma, hay una colección de barracas abandonadas, construidas hace cien años por tropas estadounidenses que perseguían a Pancho Villa después de que atacara el pueblo de Columbus en Nuevo México.
Nunca lograron atraparlo.
Ladd asegura que su familia ha financiado la ciudadanía de tres mexicanos; sin embargo, ha habido más penas que alegrías en la frontera. Con el paso de los años, dice, han encontrado los cuerpos de 14 personas que intentaban llegar a algún otro lugar en la propiedad de Ladd. El último fue en septiembre. Un grupo de seis quedó atrapado en una inundación; cinco fueron rescatados, pero el cuerpo del sexto fue encontrado varios días después.
Ladd esperó a las autoridades pero estaba oscureciendo. Así que se llevó el cuerpo del hombre en su camioneta roja, por la Ruta 92, a una funeraria que tomó la custodia del cadáver. El ranchero recuerda el suceso de la misma forma mesurada en que señala cómo lo inusual se ha convertido en lo usual en la frontera.
A lo largo del camino lleno de baches Ladd señala a su izquierda y comenta, refiriéndose a los carteles: “Aquí es donde derribaron el muro para cruzar camiones”.
Es como un guía de un museo de arte local que ha memorizado la historia de las exhibiciones permanentes: comenta los diseños de la valla cambiante y señala la insignia que algunas unidades militares instalaron en nombre del Departamento de Seguridad Nacional.
De pronto la camioneta se detiene: “Bueno, mira allí”, dice Ladd, señalando a su derecha. “Me cortaron la valla”. La habían recortado de nuevo, y Dios sabe cuántas veces se han perdido sus vacas a causa de eso.
El ranchero se puso unos guantes blancos de trabajo sobre sus manos ásperas y buscó un rollo de soga de color azul para empacar heno. Enseguida cosió lo que habían cortado mientras las nubes de lluvia color cobrizo se movían hacia el este desde las montañas Huachuca, y el viento silbaba a través de la abertura en la valla.
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